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TAWANTINSUYO – El Imperio del Sol

Suplemento Diario "La República" (2-01-2000)

A mediados del milenio una revolución cultural inicia su expansión desde la zona occidental de América del Sur, en el corazón de la Cordillera de los Andes. Luego de su contundente victoria militar sobre los Chancas, en 1438 el Inca Pachacútec empieza desde el Cuzco un proceso de expansión cultural, económico y militar a lo largo y ancho de loas Andes, abarcando 4 mil kilómetros cuadrados de territorios hoy en día ocupados por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina.

En aproximadamente cien años las tropas incaicas lideradas sucesivamente por Pachacútec, Túpac Inca Yupanqui y Huayna Cápac, imponen una cultura que resume más de tres mil años de historia, con los valiosos aportes de las antiguas civilizaciones Chavín, Paracas, Mochica, Tiawanaco, Nazca, Wari, Chimú y Lambayeque.

El mundo se divide entonces en cuatro suyos. El Cusco se transforma en el Ombligo del Mundo, irradiando su portentosa civilización por todo el Tawantinsuyo. Su idioma –el runasimi-, su cosmovisión, su elitista organización social y su recio sistema económico fueron parte de este inmenso estado que ha sido comparado con los mayores imperios de la historia humana.

Esta civilización se asentó sobre la antiquísima noción andina de la dualidad que puede encontrarse en todos los aspectos de la vida de sus habitantes. El hombre andino percibía el mundo dividido en partes opuestas entre las que existía cierta jerarquía, de modo que siempre una de ellas es superior a la otra, pero sus roles pueden ser intercambiables. La idea de la cuatripartición, como duplicación de la dualidad, permitió explicar la existencia de los cuatro suyos que conformaban el universo prehispánico, el mismo que se dividía en dos parcialidades: una hanan, a la que corresponden Chinchaisuyo y Antisuyo, y hurín, en la que se ubicarían Contisuyo y Collasuyo.

El Inca como gobernante fue considerado un ser sagrado, y como hijo del Sol encabezaba la lista de la élite cusqueña, integrada por cusqueños que pertenecían a las panacas reales incaicas, constituidas a su vez por antiquísimos grupos de parentesco.

El ayllu fue la base social del incanato y las autoridades locales andinas recibieron el nombre de curacas desde mucho antes de que se establecieran los incas en el Cusco. Con el advenimiento del control del Tawantinsuyo sobre las diferentes etnias, el poder de los curacas se mantuvo incólume, siempre y cuando hayan demostrado sumisión ante el Inca.

En cuanto a la economía, a los cronistas del siglo XVI les llamó poderosamente la atención el equilibrado sistema de distribución de la riqueza, abundante producción agraria y ganadera y un enorme sistema de almacenamiento conectado por una gigantesca red de caminos. Algunos autores de los siglos XIX y XX mantuvieron estos pensamientos idealistas y consideraron a los incas como un ejemplo del comunismo primitivo o de socialismo, identificados ambos como modelos de justicia distributiva.

En los Andes, la economía estuvo basada en régimen de múltiples reciprocidades entre la población, que generó un intercambio cuya base se hallaba en las prestaciones de energía humana y se regía por las pautas de parentesco. El poder recibía mano de obra para organizar la producción destinada a alimentar una redistribución de amplio alcance. En otras palabras, no había moneda, mercado ni comercio, y tampoco hubo tributo, tal como se le considera tradicionalmente.

Los curacas no poseían tierras por razón de su cargo, pero administraban las tierras de la población que gobernaban; a la vez, los curacas organizaban las labores de la gente en las tierras que trabajan para su sustento. Los Incas recibían tierras de cada uno de los grupos étnicos incorporados a su dominio. Cada Inca recibía nuevas tierras, que pasaban después a su panaca. La producción de estas tierras era destinada a la redistribución, y luego se guardaba en las colcas o depósitos administrados por el curaca o los representantes del Inca.

De manera similar a las tierras del Inca, las del Sol estaban destinadas al aprovisionamiento de los templos y del personal dedicado a su cuidado, eran asignadas por los grupos étnicos y el excedente de su producción se incluía en la redistribución.

Los repartos anuales de tierras constituyeron en realidad una asignación de gente para trabajos agrícolas destinados a la redistribución. Estos repartos fueron una forma de reconocimiento de las reciprocidades establecidas ya que, al asignarlos, el curaca confirmaba obligaciones contraídas previamente.

El estado utilizó a la población para producir bienes difíciles de obtener en el ámbito inmediato, el curaca administraba la energía humana de la población para cultivar en ámbitos lejanos, la mano de obra le era entregada a cambio de la distribución de los productos así obtenidos. El producto era guardado en los depósitos que los propios curacas administraban y luego repartido entre la población que había contribuido a su producción, igual cosa ocurría con otros recursos. Para esto, en todos los casos la población entregaba mitanis y mitimaes.

Cuando los españoles llegaron a las costas del Tawantinsuyo aún no se había concluido el desarrollo del país de los Incas. Pero fueron varios los elementos que precedieron y facilitaron la conquista de Francisco Pizarro: en primer lugar el enfrentamiento entre los dos hermanos en la sucesión del poder (Huascar y Atahualpa), en segundo lugar la llegada de epidemias como la viruela, que cobró miles de vidas, y, por último, el hecho de que la expansión del sistema redistributivo, tal y como se ha señalado, base de la economía de los incas, habría entrado en una crisis de crecimiento.

Los andinos interpretaron la llegada de los españoles ideando presagios que debían anunciarla como el paso de cometas mencionado en las crónicas. Tras la muerte de Atahualpa se inicia la mitificación, después de Cajamarca parece haberse generalizado la información de que el Inca había sido decapitado, aunque los cronistas testigos aseguran que se le dio garrote. Lo cierto es que el Tawantisuyo terminó allí, y el inca pasó a ser considerado un héroe mesiánico (Inkarrí), que a la larga identificará su prestigio actual con la época felíz bajo el mando de un gobernador justo, hijo del So y modelo original de todas las cosas de este mundo. Su resurrección se ha convertido en esperanza.

Pero la conquista del Tawantisuyo no significó la desaparición de las formas de vida andinas. Estas sobreviven hasta la fecha y conforman parte de nuestra idiosincracia.

 

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